“No hablo nunca
de los árbitros y no voy a romper este hábito de toda una vida por ese idiota”. Ron Atkinson, ex jugador y entrenador de fútbol inglés.
Si de eufemismos se
tratare los de la sub judice deportiva
son los que siempre al ambiente futbolero generan y han creado más efervescencia,
estupor y preocupación al común denominador de la sociedad que incluso del
histerismo social y económico de un país en materia judicial en la resolución
de sus conflictos y situaciones jurídicas ajenas a lo atlético, la justicia es
y ha sido el mismo ideal y anhelo de todos y cada uno de los seres humanos en
todas las épocas y su búsqueda es una constante en cada hemisferio social como
en cada arista de la vida del hombre en su variable pensar y actuar
indistintamente si hablamos de hallar probable en un operador judicial su concepto
de equidad, ecuanimidad, imparcialidad y justo medio en una contienda penal de
una audiencia pública o en un partido de fútbol de primera, segunda división o
un partido de barrio.
La retórica de las
situaciones análogas contienen una estructura única y apacible. El juez,
árbitro o pretor debe juzgar con base en unos hechos que se desarrollen dentro
de la armonía y dinámica de las cosas, dentro del rodar de la pelota o de las
situaciones de juego de un cotejo y no por sobre su sentir humano o su actuar
profano, el contenido mismo de la norma que protege con su decisión es el
estandarte mismo de poseer razonamiento y deducción controlando objetivamente
los conceptos de la duda y meditación, del error-acción y de prueba y fallo,
por ende, lo que resultare de su maquinar imaginario no es una variable fina de
considerar en instantes precisos y escasos si es o no una falta, de si la hará
de nuevo, de si simuló o padeció una entrada macabra o de si la intención de la
protesta conlleva a la recriminación verbal por medio del irrespeto y agravio
con afrentas de grueso calibre por sobre el vocifero de amenazas y expulsiones,
porque su función no es participar de la situación que decide como ente activo
o pasivo sino como funcionario juzgador y recomponedor.
No cabe la mayor duda
de que el imperfecto tránsito de la justicia es vacua, lenta y un facsímil de
las bajas pasiones no dominadas nunca a plenitud por nosotros los seres humanos,
pero tampoco es óbice ello para justificar mediante la dirección errada con
previo conocimiento y aviso del momento que el juez hace las cosas mal, que su
relación con el resultado del juego es predeterminado y que nunca corresponderá
a sustentar con buenas notas su profesionalismo y poder de decisión para seguir
dirigiendo si hace todo por demostrar lo contrario.
Particularmente trazo
una deducción muy personal sobre el profesionalismo y carácter del juez en el
clásico pasado y ella independientemente de si el resultado hubiera sido
favorable para nosotros es el mismo que se desprende de los arbitrajes
colombianos y cambia con cada partido solamente en la referencia que se sabe de
ellos por el apellido. Buitrago es un ser particular con aciertos y errores
normales en un juez, justificables en lo humano, reprochables en lo práctico y
obvio cuando denota parciales de yerros que corrige mal o no juzga y de yerros
que exagera en un cierto sentido, es sugestionable y muy diacrítico del “cranear” poco didáctico y pedagogo del
que arguye visceralmente el lema de “que
me odien con tal que me teman” y que es tendiente a amenazar e increpar al
jugador que a guiarle y dirigir con su carácter el desarrollo de las jugadas
mismas del partido y que subsecuentemente con ello genera un enorme daño y perjuicio
en el fútbol y devalúa su ideal pasionario, gravitacional, constante,
cartesiano, filosófico, y geométrico de estos tiempos. Buitrago contiene en
envase de lata los ímpetus del que no duda de saber que va a errar y del que
orgullosamente admite no corregir sus faltas porque cree no existirán más en la
siguiente vez o que son de minimizarles mientras se tapa con el velo de la limitación
de los ángulos de visión en los campos de juego, de las protestas violentas y
ofensivas del protagonista, de la posibilidad de no ser omnipotente y omnipresente
en la vista y repetición para ver de nuevo las faltas y la compensación mal
aplicadas cuando pierde los papeles y estribos en la cancha.
Pero y las
interrogaciones son las de siempre ¿Admitir que el error es un factor normal en
las decisiones arbitrales es justificar el fallo de lo obvio? ¿Cuándo se le
puede permitir a un juez ser subjetivo si su tarea es manejar el momento y ser
imparcial? ¿Hablar de los arbitrajes mal aplicados debe ser sinónimo siempre de
que se pierden los partidos por su causa? ¿Los organismos de control de los
jueces son fachadas y en su aplicación letra muerta? ¿Se puede ser árbitro y no
deducir cuándo existen los automatismos en sus decisiones? ¿El equipo visitante
debe sopesar el rigor del localismo arbitral? ¿Eso es válido? ¿Se puede ir más
fondo con el correr de los partidos y no mejorar los mismos errores en las
mismas decisiones arbitrales?
Lo cierto es que el
triunfo todo lo embellece y en la derrota también se suelen inadmitir errores
propios, la última postal de nuestra memoria en evidencia no fue un equipo que
jugara mal sino que las circunstancias del rival en su buen juego (que hay que
aceptar por el buen presente que vive Santa Fe tuvieron) y en el poder de
decisión errado de los jueces le hicieron jugar mal y porque lo que se pitó fue
determinante para cambiar el contenido de juego en el resultado aunque no del
estilo.
A pesar del
inconformismo existe en el fondo ese mismo ideal de justicia que se alimenta en
su mismo injusto proceder humano y una vez más ante la crítica, la queja y la
súplica se espera, aunque con cierto tono de resignación como el que solo
tienen los que saben que van a la horca que se tomen las decisiones que
hubieren que tomarse y las medidas que tuvieren que implantarse, el fútbol
colombiano demuestra su buen nivel e importancia nacionalmente y fuera de sus
latitudes no solo por los jugadores y competitividad que se tienen cuando se
compite globalmente sino en parte también a las gestiones de las autoridades
que dirigen y encabezan la responsabilidad de direccionar del balompié criollo,
y ello, en efecto, también incluye sus árbitros y directivos en amplias y
complejas proporciones.
Gracias.
Jon Edward Camelo Muñoz
@JonEdwardCMuoz – Jon
Aurtenetxe.
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