viernes, 21 de junio de 2013

EL JUEZ COMO SER AUTÓMATA. PARADIGMAS Y COSTUMBRES DEL ARBITRAJE COLOMBIANO.

“No hablo nunca de los árbitros y no voy a romper este hábito de toda una vida por ese idiota”. Ron Atkinson, ex jugador y entrenador de             fútbol inglés.

Si de eufemismos se tratare los de la sub judice deportiva son los que siempre al ambiente futbolero generan y han creado más efervescencia, estupor y preocupación al común denominador de la sociedad que incluso del histerismo social y económico de un país en materia judicial en la resolución de sus conflictos y situaciones jurídicas ajenas a lo atlético, la justicia es y ha sido el mismo ideal y anhelo de todos y cada uno de los seres humanos en todas las épocas y su búsqueda es una constante en cada hemisferio social como en cada arista de la vida del hombre en su variable pensar y actuar indistintamente si hablamos de hallar probable en un operador judicial su concepto de equidad, ecuanimidad, imparcialidad y justo medio en una contienda penal de una audiencia pública o en un partido de fútbol de primera, segunda división o un partido de barrio.

La retórica de las situaciones análogas contienen una estructura única y apacible. El juez, árbitro o pretor debe juzgar con base en unos hechos que se desarrollen dentro de la armonía y dinámica de las cosas, dentro del rodar de la pelota o de las situaciones de juego de un cotejo y no por sobre su sentir humano o su actuar profano, el contenido mismo de la norma que protege con su decisión es el estandarte mismo de poseer razonamiento y deducción controlando objetivamente los conceptos de la duda y meditación, del error-acción y de prueba y fallo, por ende, lo que resultare de su maquinar imaginario no es una variable fina de considerar en instantes precisos y escasos si es o no una falta, de si la hará de nuevo, de si simuló o padeció una entrada macabra o de si la intención de la protesta conlleva a la recriminación verbal por medio del irrespeto y agravio con afrentas de grueso calibre por sobre el vocifero de amenazas y expulsiones, porque su función no es participar de la situación que decide como ente activo o pasivo sino como funcionario juzgador y recomponedor.

No cabe la mayor duda de que el imperfecto tránsito de la justicia es vacua, lenta y un facsímil de las bajas pasiones no dominadas nunca a plenitud por nosotros los seres humanos, pero tampoco es óbice ello para justificar mediante la dirección errada con previo conocimiento y aviso del momento que el juez hace las cosas mal, que su relación con el resultado del juego es predeterminado y que nunca corresponderá a sustentar con buenas notas su profesionalismo y poder de decisión para seguir dirigiendo si hace todo por demostrar lo contrario.

Particularmente trazo una deducción muy personal sobre el profesionalismo y carácter del juez en el clásico pasado y ella independientemente de si el resultado hubiera sido favorable para nosotros es el mismo que se desprende de los arbitrajes colombianos y cambia con cada partido solamente en la referencia que se sabe de ellos por el apellido. Buitrago es un ser particular con aciertos y errores normales en un juez, justificables en lo humano, reprochables en lo práctico y obvio cuando denota parciales de yerros que corrige mal o no juzga y de yerros que exagera en un cierto sentido, es sugestionable y muy diacrítico del “cranear” poco didáctico y pedagogo del que arguye visceralmente el lema de “que me odien con tal que me teman” y que es tendiente a amenazar e increpar al jugador que a guiarle y dirigir con su carácter el desarrollo de las jugadas mismas del partido y que subsecuentemente con ello genera un enorme daño y perjuicio en el fútbol y devalúa su ideal pasionario, gravitacional, constante, cartesiano, filosófico, y geométrico de estos tiempos. Buitrago contiene en envase de lata los ímpetus del que no duda de saber que va a errar y del que orgullosamente admite no corregir sus faltas porque cree no existirán más en la siguiente vez o que son de minimizarles mientras se tapa con el velo de la limitación de los ángulos de visión en los campos de juego, de las protestas violentas y ofensivas del protagonista, de la posibilidad de no ser omnipotente y omnipresente en la vista y repetición para ver de nuevo las faltas y la compensación mal aplicadas cuando pierde los papeles y estribos en la cancha.

Pero y las interrogaciones son las de siempre ¿Admitir que el error es un factor normal en las decisiones arbitrales es justificar el fallo de lo obvio? ¿Cuándo se le puede permitir a un juez ser subjetivo si su tarea es manejar el momento y ser imparcial? ¿Hablar de los arbitrajes mal aplicados debe ser sinónimo siempre de que se pierden los partidos por su causa? ¿Los organismos de control de los jueces son fachadas y en su aplicación letra muerta? ¿Se puede ser árbitro y no deducir cuándo existen los automatismos en sus decisiones? ¿El equipo visitante debe sopesar el rigor del localismo arbitral? ¿Eso es válido? ¿Se puede ir más fondo con el correr de los partidos y no mejorar los mismos errores en las mismas decisiones arbitrales?
Lo cierto es que el triunfo todo lo embellece y en la derrota también se suelen inadmitir errores propios, la última postal de nuestra memoria en evidencia no fue un equipo que jugara mal sino que las circunstancias del rival en su buen juego (que hay que aceptar por el buen presente que vive Santa Fe tuvieron) y en el poder de decisión errado de los jueces le hicieron jugar mal y porque lo que se pitó fue determinante para cambiar el contenido de juego en el resultado aunque no del estilo.
A pesar del inconformismo existe en el fondo ese mismo ideal de justicia que se alimenta en su mismo injusto proceder humano y una vez más ante la crítica, la queja y la súplica se espera, aunque con cierto tono de resignación como el que solo tienen los que saben que van a la horca que se tomen las decisiones que hubieren que tomarse y las medidas que tuvieren que implantarse, el fútbol colombiano demuestra su buen nivel e importancia nacionalmente y fuera de sus latitudes no solo por los jugadores y competitividad que se tienen cuando se compite globalmente sino en parte también a las gestiones de las autoridades que dirigen y encabezan la responsabilidad de direccionar del balompié criollo, y ello, en efecto, también incluye sus árbitros y directivos en amplias y complejas proporciones.

Gracias.

Jon Edward Camelo Muñoz
@JonEdwardCMuoz – Jon Aurtenetxe.
Jonneymar11@hotmail.com       



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